jueves, 4 de junio de 2015

Las cuatro patas del banco...

Siempre era fácil sonreír si estaban las cuatro, siempre era fácil disfrutar si estaban juntos, era tan sencillo que una misma frase podría llevarlos a un ataque de risa o pasaba desapercibida, dependía del momento. 

Solo ellos sabían los puntos más débiles de los demás, esos pequeños secretos que nadie conocía si no era parte de la pequeña familia que eran. 

¿Recuerdas el día que...? Ese era el comienzo para una lista de historias que les hacían transportarse a lugares insospechados, a recuerdos casi olvidados, a emociones ya vividas y que, por arte de magia, volvían a resurgir en lo más profundo de ellos, esas emociones se presentaban como si estuvieran viviendo ese momento de nuevo. Recuerdos de antaño, emociones de antaño, vivencias de antaño... 

Era tan fácil transportarse con  ellos a un mundo de sensaciones, de seguridades, de alegría, en definitiva, de felicidad. Era exactamente eso, recordar los momentos de felicidad, de valorar los detalles por los que juntos habían llegado a lo que ahora eran, cuatro patas sin las que ese banco sería inseguro. Un banco en el que apoyaban todo lo necesario para que ellos tuvieran la vida que tenían, los recuerdos que tenían, los años vividos, las sonrisas encontradas con lágrimas, el camino que hacía que ellos fueran ellos, que entre todos formaran el banco. 

Sin ese banco no eran lo que realmente son, sin ese banco sólo eran patas, sin recuerdos, sin vivencias, sin esa alegría, sin esos motivos que les hacían levantarse cada día, porque sin ellos el banco no existía, ese banco que para todos era su vida... Un banco que se llamaba Felicidad...

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